Durante años, le hablé a mi primo lejano sobre su necesidad de un Salvador. Hace poco, cuando vino a visitarme y volví a invitarlo a recibir a Cristo, respondió de inmediato: «Me gustaría aceptar a Cristo y unirme a una iglesia, pero todavía no. Vivo entre personas con otras creencias. A menos que me mude, no podré practicar bien mi fe». La persecución, el ridículo y la presión de sus pares fueron las excusas para posponer su decisión.
Sus temores eran legítimos, pero le aseguré que, pasara lo que pasara, Dios no lo abandonaría. Lo insté a no postergarlo más y a confiar en la protección del Señor. Entonces, dejó de lado sus excusas, reconoció su necesidad del perdón divino y confió en Cristo como su Salvador personal.
Cuando Jesús invitaba a personas para que lo siguieran, estas también ponían excusas; todas relacionadas con intereses de este mundo (Lucas 9:59-62). La respuesta del Señor (vv. 60-62) nos exhorta a no permitir que las excusas nos priven de lo más importante en la vida: la salvación de nuestra alma.
¿Oyes el llamado de Dios para que aceptes la salvación que te ofrece? No lo pospongas. «He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación» (2 Corintios 6:2).